LA NACIÓN.- Mariela Arias/Gabriela Origlia BUENOS AIRES.- Raúl Copetti encabeza el ranking de llamados al 134, la línea que el ministerio de Seguridad habilitara para denunciar lugares donde se pudiera encontrar dinero escondido o bienes originados en casos de corrupción. Según explicaron fuentes oficiales su nombre fue el más repetido en un total de 1500 comuncaciones. El motivo podría encontrarse detrás de los múltiples enojos que sembró el exrecaudador del kirchnerismo, conocido por su mal genio y su obsesión por manejarse en efectivo sin papeles ni facturas a su nombre. O quizás por la metamorfosis que fue su vida.   Copetti pasó de la austeridad de la izquierda maoísta en la que militó en los años ´70, a una vida de millonario excéntrico, con cava de vinos propia y gustos caros que incluyen hasta un camión refrigerador para transportar cordero fresco desde el Sur. Pese a proteger con celo su privacidad, desde que hace dos semanas quedó detenido y acusado de integrar la asociación ilícita que se investiga en la causa de los “cuadernos de las coimas”, se multiplican quienes tienen algo para contar sobre él.   “No quiero factura”, era la frase más repetidas entre quienes lo trataron en sus últimos años como vecino en el Valle de Calamuchita, Córdoba. Lo definen como “mal agestado, capaz de saltar por cualquier cosa”. Así lo dejó en claro hace más de 30 años, cuando como encargado de un depósito del ministerio de Educación  le prohibió el paso al intendente de Río Gallegos que ante una denuncia, quería controlar el estado de la leche destinada a las escuelas. Así lo recordó  Marcelo Cepernic a LA NACION.    En Santa Cruz, conoció a los Kirchner, se apegó a él, aunque nunca superó la segunda línea de funcionarios: fue subsecretario de Interior. Aunque logró la suficiente confianza del gobernador Néstor Kirchner para que lo nombre tesorero del joven Frente para la Victoria.    En el  Sur lo recuerdan apenas como un mandadero de Kirchner. “Hablá con Copetti”, decía Kirchner cuando había que disponer fondos del partido, recuerda un hombre que durante años integró la mesa chica del gobierno. Las fotos de la época lo ubican como integrante de la “guardia pretoriana”, una suerte de custodia de la gobernación integrada por funcionarios que disponía Kirchner cuando llegaban las protestas sociales.   “Cuando a Néstor lo eligieron Presidente me dijo que no trabajaría más con él. Me quedé muy mal; pero al mes me mandó a buscar a Río Gallegos –relató una vez en una rueda de conocidos-. Me recibió en su despacho en la Rosada; cuando se abrió la puerta me abrazó. Me explicó que no quería que la presión me hiciera mal a la salud, que me enfermara. Entonces me encargó que me ocupara de su mamá, de sus cosas en el Sur”.   Y “ocuparse de sus cosas” lo dejó dentro de la causa que investiga el pago coimas a funcionarios en efectivo. El piloto del Tango 01 Sergio Velazquez lo ubicó como quien recibía los bolsos con supuesto dinero de los Kirchner en el aeropuerto de Río Gallegos. Hasta el 2009 la historia lo ubica en Río Gallegos, año en que renunció, con mucho ruido, al directorio del Banco Santa Cruz.   De la función pública pasó a la actividad turística, donde se erigió en empresario. Primero El Calafate, luego San Martín de los Andes hasta que recaló en el  valle cordobés de Calamuchita, donde tiene dos casas. La estancia Los Nogales ( así también nombró a una sociedad que comparte con su esposa desde hace años, Daniela Cian) son unas 300 hectáreas con una casa principal de 700 metros cuadrados en tres niveles, una vivienda para el casero, un canil que –según quienes conocen el lugar- asombra por su tamaño; un sistema de calefacción alemán que funciona con pellets, paneles solares como para proveer de energía a un paraje, y cámaras de vigilancia estratégicamente instaladas. También guarda un camión tanque, otro con cámara, una retroexcavadora y herramientas dignas de ferretería.   Allí, hace dos semanas, la Justicia secuestró US$90.000, $2,4 millones, armas y vehículos. En esa misma casa instaló una cava y la nutrió con cientos de botellas de “Friends & Wines”, la vinería que tuvo en Río Gallegos. Quienes han compartido cenas con Copetti cuentan que entre sus gustos está el whisky, Johnnie Walker etiqueta azul y los habanos. Estaba en Los Nogales cuando el juez Claudio Bonadio pidió su detención; se fue a la Capital antes de que empezaran los allanamientos en Calamuchita.     Hace unos meses refaccionó otra casa en la calle Vallecito de Santa Rosa de Calamuchita. La reformó a cero y la usa sólo para esperar a sus hijos mientras van a la escuela y evitarse así el viaje de 30 minutos entre Los Nogales y el pueblo. Los lugareños –a los que él llama “serranos”- aseguran que se deja ver poco, pero que cuando aparece siempre está vestido con ropa de montaña de marca.   Aunque los materiales para esa obra y algunos arreglos en la estancia se compraron en la zona, no hubo facturas. Por supuesto, los dueños de los corralones prefieren no dar nombres ni detalles, pero algunos empleados recuerdan que el pedido de “sin factura”.  También llamó la atención que no ocupara a gente del pueblo; al parecer era un pedido expreso de Copetti. En una concesionaria de autos de Córdoba recuerdan que se enojó cuando vio que la documentación de un Jeep Compass figuraba a su nombre. Fue un “escándalo” definen en el lugar.   En Córdoba terminó mal con varios de los que contrató para hacer diferentes trabajos. “¡Me quieren cagar, se quieren quedar con mi plata!”, repite cuando el vínculo se quiebra. Aunque gasta miles y miles de pesos –sin pretender comprobantes- es capaz de pelear por un resto de materiales de construcción si cree que se los quedarán los obreros. Hasta su pedido de detención el apellido Copetti decía poco a la gran mayoría de los cordobeses, apenas lo recordaban los viejos militantes de izquierda. En 2002,  reapareció como enviado de Kirchner para armar una línea alternativa a la de José Manuel de la Sota. No tuvo éxito.