SHIRIN-NESHAT1Por Alejandro Gasel.  Para Ulises, que no quiere que le dedique nada. A continuación, en una serie de entregas vía winfosantacruz.com, propondré una serie de reflexiones en torno a lo que es un cuerpo con vih. Frente al panorama amplio de “Discutir un cuerpo con VIH” se subsumen varios temas: formas de la enfermedad, de la marginalidad, actualidad del tratamiento e imaginarios sociales (metáforas de la enfermedad lo llama Susan Sontag) estigmatizadores y discriminadores, casi siempre formados desde la desinformación. Lo primero que quiero subrayar es que vivimos tiempos opuestos a la imagen con la que inicia la famosa película Filadelfia, donde vemos a Tom Hanks (que ganaría un Oscar por esa actuación) con una mancha roja que será el comienzo de un diagnóstico terrible e irreversible. En la actualidad, la historia tendría otro desarrollo porque ser portador de VIH / SIDA es otro tipo de historia, más indulgente. La actualidad de los tratamientos, que utilizan una serie de inhibidores (de la proteasa, transcriptasa inversa o integrasa) para impedir la reproducción del virus en el cuerpo, ha logrado que los pacientes con vih tengan una vida controlada y tan aceptable como cualquier otro ser humano (tal vez mejor, si los controles sobre el sistema inmune son llevados a cabo con la asiduidad correcta). Y cuando digo “cualquier ser humano” debe entenderse como “cualquiera que viva con una enfermedad crónica”, tal y como la hipertensión o el mal de chagas. A pesar de ello, la desinformación sobre los tratamientos actuales, los promedios de vida y los modos de llevarlo adelante siguen siendo parte del imaginario social donde se entreteje una trama rodeada de sospechas y aliteraciones sobre “qué hizo”, “donde la puso” y expresiones de ese talante enunciadas sin pudor. Obviamente, una enfermedad directamente vinculada con el sexo no puede depararnos nada menos. Tal vez sea por ello que me gusta definir el vih/sida como una “enfermedad del sexo”. La incasable labor de la Fundación Huésped y de los ministerios no es suficiente para difundir métodos de prevención, control y testeo de esta enfermad que, según datos oficiales, ha incrementado su tasa de contagio en los últimos años en Argentina.  Aunque en Argentina, hay que decirlo de una buena vez, solo el preservativo es el instrumento número uno y oficial de prevención, la prevención por medios con drogas tales como Truvada (ver #truvadawhore en twitter o facebook) no son accesible debido a excusas conservadoras tales como “van a descontrolarse teniendo sexo con todo el mundo”. Sumado a esto, leemos en los prospectos de truvada que se entregan en Argentina (ahora mismo tengo uno frente a mis ojos), algo como “no está comprobado que su uso evita el contagio”, contradiciendo así una larga cadena de publicaciones en diferentes review académicas que demuestran exactamente lo contrario: la efectividad de la droga para evitar el contagio (sobre esto hubo muy buenos avances y presentaciones en la Conferencia Mundial sobre SIDA que se desarrolló en Sudáfrica). Todo se confunde con el vih/SIDA llevando su cuerpo a un estatuto tan sacro, que entiendo debe comenzar a discutirse para terminar, de una vez y para siempre, con los imaginarios dolientes que despliega. Otra observación a modo de ejemplo. La paradoja de la Ley de SIDA 23 178 que protege los datos de los pacientes VIH/SIDA con el objetivo de preservar su dignidad, evitar la estigmatización y, sobre todo, los acosos laborales. La realidad de este imaginario se confronta con la constante violación del secreto, cuando cualquiera que retire en la farmacia la medicación con una receta donde la identidad está codificada, debe estampar en varias hojas sus datos personales, esto es, identificarse. La cuestión se vuelve interesante si lo pensamos a partir de otra forma de pensar el silencio, preguntarnos como bien me lo ha señalado Marcela Arpes (2016:8, Registro Etnográficos propios) si no es una forma de estigmatizar la enfermedad, no hablar de ella y ocultarla. Espero poder comenzar un debate para impugnar, a partir de un género propio como la discusión, la suprasustancialidad que se le ha dado a un cuerpo que en la actualidad no admite ser definido como especialmente enfermo. El autor:  Doctor en Letras (UNPA/IPES) especialista en Semiología, Cultura y Género. Mail: agasel@uarg.unpa.edu.ar