Captura de pantalla 2017-03-24 a la(s) 17.13.28Por Mario Albornoz.- El 24 de Marzo, me levanto como todos los días, medio tarde ya que tengo 16 años. Me baño, tomo mate con mi madre, almuerzo y me voy a trabajar, yo trabajaba como cadete en la Dirección de Vivienda Oficial, dependiente de la Subsecretaría de Desarrollo y Servicio Civil de la Provincia de Santa Cruz, entraba a las 13 horas. Cuando me presento a mi lugar de trabajo (ubicado frente a la casa de gobierno), me encuentro con la calle cortada y soldados del ejército por todos lados, quienes me abordan con mucha prepotencia y me interrogan luego de pedirme los documentos -Debo aclarar que no los tenía, ya que vivía en una ciudad chica, donde nos conocíamos todos-, contestado el interrogatorio de estos valientes militares, me informan que me debía retirar hasta que me llamen porque el coronel Calloni se había hecho cargo del gobierno, en representación del proceso de reorganización nacional. También se me informa que debía cortarme el pelo –ya que lo usaba largo, más abajo de los hombros- y que cuando me presentara a trabajar debía hacerlo de saco y corbata. Que tal! “como se imaginarán no lo hice”. Como no se trabajaba, regreso a mi casa y encuentro a mi madre sumamente preocupada ya que papá se encontraba de viaje en la ciudad de La Plata, donde uno de mis hermanos estudiaba en la universidad, y es en ese momento que comienza nuestro padecer. Mi padre, político desde su juventud, había cumplido funciones en el Gobierno democrático del entonces Gobernador Jorge Cepernic –a quien apresaron en Buenos Aires-. Mi padre pudo regresar a nuestra ciudad (Río Gallegos) sano y salvo, cosa que nos tranquilizó, ya que en el resto del país los cuarteles se habían llenado de prisioneros y muertos, y continuarían así por el resto de esos años. Con mi padre de regreso, nos quedaba mi hermano que estaba en La Plata, y en esa época las comunicaciones eran más difíciles y las que había eran interferidas por las fuerzas armadas. Por suerte mi hermano ya es un profesional y nada le pasó. Mientras tanto, una noche que nos encontrábamos en casa descansando, me despierta un fuerte dolor en las costillas, provocándome un gran sobresalto, era el cañón de un FAL (fusil Automático Liviano), que un soldado empuñaba firmemente, tal vez esperando el ataque de un guerrillero de 16 años que se encontraba durmiendo. La cuestión es que nos hicieron levantar a todos a punta de pistola. Revisaron todo, hasta el último rincón, mientras tanto mamá, acostumbrada a estos procederes, preparó y les cebó mate a las fuerzas de ocupación militar que creo, era un número exagerado de efectivos, una vez que revolvieron la casa buscando papeles incriminatorios y no los hallaron, cargan a mi padre en un camión unimog y se lo llevan prisionero. Por esa época papá dirigía la revista “AQUÍ SANTA CRUZ” de neto corte peronista, por lo que lo consideraban un peligroso extremista. Papá estaba preso, a mamá la echaron del trabajo, a otro de mis hermanos también. Los únicos que quedaron trabajando en la familia fueron: una de mis hermanas y yo. ¡Negras épocas!. Vivíamos de lo que“Félix Riquez” a través de un amigo de la familia Aníbal Amestica, nos llevaba (1 capón por semana), y también de lo que nos ponía a la mesa otro gran y solidario hombre “Valentín Victoria”. Fuerte fue mi lucha contra el proceso de reorganización nacional. En primer lugar me revelé contra el sistema impuesto al no cortarme el pelo e ir a trabajar con jeans y zapatillas. Por las noches hacía pintadas en las paredes con carbón, encontrándome más de una vez con otros compañeros que también se la estaban jugando y con quienes por razones de seguridad no salíamos juntos. Luego de un tiempo y producto de las fuertes presiones que realizaban en mí contra –guerra psicológica como por ejemplo atenderme con un arma en el escritorio, hablar mal de mi padre, tratarme como si ellos fueran los paladines de la justicia y la libertad y yo un cabecita negra. Bueno le contaba que después de un tiempo renuncié a mi trabajo y como lógica consecuencia a ese calvario por no perder mi dignidad. También, y luego de transcurrido alrededor de un año, liberan a mi padre de su cárcel. Fueron años difíciles, pero no tanto como los que les tocó vivir a otros compañeros, ya que mi familia solamente sufrió la falta de recursos para sobrevivir, la discriminación por el solo hecho de ser peronistas, también nos tocó vivir la prisión de mi padre y las torturas psicológicas que le aplicaron, y el estigma del famoso “por algo será o algo habrá hecho”. Pero aquí estamos todos sanos y salvo. Otros cayeron víctimas del odio y de la intolerancia de turno y otros se tuvieron que ir, sufrieron el destierro por tener una ideología nacional, popular, humanista y cristiana. Varios dictadores pasaron por el poder en ese período. También infinidad de funcionarios, colaboracionistas, entregadores, alcahuetes y cipayos. Pero a todos los volteamos. Desde cada lugar de la patria se escuchaba el grito de libertad. Hasta que al fin lo logramos. En 1983 logramos reivindicar la memoria de los 30.000 hermanos desaparecidos, de todos los niños secuestrados, de los muertos, de los humillados, de los sometidos, de los torturados, de los exiliados, en fin. De todos. Muchos fueron los infortunios que vivimos. Pero hoy a 41 años de la más brutal de las dictaduras, donde se daba cátedra de torturas a otras dictaduras latinoamericanas, donde se entregó la patria en todos sus sentidos, este es mi humilde homenaje a todos los hombres y mujeres, que fueron víctimas. QUE DIOS LOS GUARDE COMPAÑEROS.