Yo también me quedé sin olfato unos días, lo cual me hizo pensar en esa palabra, en oler, en intuir cosas a partir del olfato como cuando se están quemando las tostadas o floreció la lavanda en algún jardín vecino.

En latín había dos verbos para esto de descubrir con el olfato, oleo  destinado a las cosas que huelen o sea para decir que algo despide olor como la lavanda o las tostadas y olfacio  para cuando se asocia al que huele, como cuando fruncimos la nariz forzando el ingreso de aire para distinguir el olor.

Entonces, ¿qué pasó en el español con este asunto? Que hemos ido repartiendo los usos y agrupando sentidos, el ganador fue ‘oler’; tal que puedo ‘oler a tostadas quemadas’ cuando estoy lejos de la cocina y salir corriendo a apagar el fuego o puedo ‘oler a tostadas quemadas’ porque la ropa que llevaba puesta se impregnó de ese olor y ahora el olor está conmigo y también puedo ‘oler a tostadas quemadas’ cuando entro a la cocina y las tostadas ya no están.

‘Olfatear’, por su parte, sigue vivo pero ya no con aquél significado original sino más cercano a la tarea detectivesca, a buscar a través del olor, a descubrir pistas. Todo muy distinto a oír: ‘yo oigo una canción’ pero la canción no ‘oye’. Siempre el ‘oír’ está en quien experimenta el sentido, nunca en el objeto que lo provoca.

El resultado es que ‘oler’ debe su alta productividad en parte al hecho de ubicarse según el caso en quien lo experimenta, en el objeto que lo emana o en el ambiente y en parte a las palabras que usamos para nombrar lo que percibimos a través de los sentidos. Sí tenemos palabras para nombrar los colores y los sabores pero no a los olores: una cebolla es blanca, sabe ácida y huele… a cebolla! El olfato, por lo tanto nos permite identificar los objetos,  no informarnos cómo son; para eso están los otros sentidos.

No obstante lo anterior, cuando el carro de los sentidos se pone en marcha sí aparecen algunas combinaciones que el olfato le pide prestado a los demás sentidos: ‘huele a dulce’ un postre recién hecho y ahí le pedimos ‘dulce’ a los sabores;  ‘huele intenso’ algo que lleva varios días en mal estado y acá quien dona palabras es el sonido. La cosa no queda ahí y los olores se expanden para que descubramos a partir de él, tanto que podemos decir, activando un juicio de valor, que una actitud ‘huele mal’. Ni hablar del auto que ‘huele a nuevo’ o la casa que ‘huele a limpio’.

Nos quedan afuera las apreciaciones ya no de objetos sino de situaciones como cuando dos personas ríen al unísono y pensamos que ‘huele a romance’ o la foto del lago quieto ‘huele a tranquilidad’ o cerramos los ojos y ‘huele a tarde de enero en la infancia’.

Prof. en Letras