LA NACION /EL CALAFATE.- Santiago Gutiérrez tiene la sonrisa ancha, enorme. Mira el glaciar Perito Moreno y sueña con nadar frente a sus paredes de hielo. Se define como nadador de aguas frías, hacerlo es su pulsión de vida. Nunca dejó de nadar, ni siquiera cuando hace seis años un accidente automovilístico le dejó una grave lesión en la médula. No volvió a caminar, pero jamás abandonó el agua. Llegó hasta aquí acariciando un sueño: nadar en el Brazo Rico, frente a la pared sur del glaciar Perito Moreno. Se imagina mirando el glaciar cada vez que da una brazada en el agua. Sueño que por ahora se le escapa, no consiguió la autorización de Parques Nacionales, pero su esperanza no decae. Una semana nadando en el Lago Argentino frente a esta ciudad, no hace más que renovar sus esperanzas. Gutiérrez nació y creció en Villa Carlos Paz. La naturaleza lo rodeó desde siempre, cuando subir a la falda del cerro junto a sus hermanos, era un juego de todos los días. Entre los 17 y los 36 años fue guardavida en todos los balnearios que se apiñan sobre el río San Antonio. Tras el accidente, no volvió a caminar, pero no guarda rencor, su prédica es una promesa de vida. "Cuando aún estaba en terapia ya hacía movimientos con los brazos, tenía siempre en mente el entrenamiento, no es que el accidente me detuvo. Yo seguí con lo mío, con eso de seguir adelante, nunca me había planteado volver a entrenar, porque nunca paré". La operación duró dos horas y media, que le dejaron 40 puntos, placas y tornillos de titanio. Con ese nuevo cuerpo, volvería a nadar. "La primera vez que me metí al agua fue algo nuevo. Fue como aprender a caminar, fue probar, con flotadores de todo tipo, parecía un circo. hasta encontrar la flotación ideal ahí también llegaron los buenos resultados y los desafíos y nació la idea de hacer los cruces", relata Santiago a LA NACION. El primer cruce fue su amado Lago San Roque, aquel que tantas veces había nadado. Y luego vinieron los cruces que lo llevaron por todo el país. Unió Argentina con Paraguay nadando por el río Paraná 5km y luego unió nuestro país con Bolivia, cruzando 250 metros del río Bermejo en 50 segundos, ahí se sumó a la causa boliviana que pide a Chile una salida al mar. Al país trasandino lo unió a través de 45 minutos de nado en las heladas aguas del Canal de Beagle. En septiembre espera unir Argentina con Brasil. Mientras estuvo en El Calafate, conoció al equipo local que nada en aguas frías y participó de una travesía de mil metros en el Lago Argentino, frente a El Calafate. Cada día que pudo lo aprovechó para aclimatarse y contó con la ayuda del arquitecto, Javier de la Fuente, un apasionado del nado en aguas frías.
"Cuando yo estoy nadando no siento que me faltan las piernas. He logrado entrenar tan bien los brazos que cuando estoy en el agua, no siento que estoy con algún tipo de discapacidad , me siento pleno, completo y eso me da un equilibrio mental y espiritual para poder realizar los nados", afirma con certeza y convicción, este hombre que aprendió a vivir con su nuevo cuerpo. "Mi mensaje es de superación, pero no por lo que yo pueda decir, sino por lo que yo pueda hacer", afirma el nadador y aclara "no pretendo convertirme en una especie de Mesías de la discapacidad como para enseñarle a alguien como salir adelante, sin embargo por lo que hago eso ya refleja una forma, un estilo de vida, de superación, de salir adelante". Gutiérrez asegura que su desafío no pasa por la competencia "cuando yo estoy nadando, ya estoy cumpliendo mi sueño, y estoy entrenándome para el próximo que viene y ya lo estoy planeando. No tengo tiempo para perder, voy cumpliendo mi sueño y pensando el próximo que voy a intentar". El nadador cordobés no deja de dar gracias a su familia, sus amigos, la Agencia Córdoba Deportes y la ortopedia "Crecer" quienes lo ayudan y apoyan en cada travesía. Pero sobretodo tiene unos guardianes fieles: la Prefectura Argentina, que lo custodian en cada cruce de aguas. Ahora acaricia dos sueños: además de nadar frente al glaciar Perito Moreno, quiere cruzar el Mar de Galilea. Es que Santiago Gutiérrez aprendió a vivir sin ponerse límites.